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  • María Elisa Flores

El ornamento de los loros


Diners 466 – Marzo 2021. Texto y fotografías: María Elisa Flores Proaño La comunidad mercedaria de Quito, ubicada en el Centro Histórico, alberga en su convento un extraordinario patrimonio artístico textil, conformado por más de cien ornamentos religiosos que corresponden al período transcurrido entre los siglos XVI y XX.



El Convento Máximo de la Merced de Quito fue fundado por fray Hernando de Granada el mismo año en que se fundó la ciudad: 1534. Es una de las cuatro iglesias mayores y forma parte de un cuadrilátero que delimita el núcleo fundacional. La iglesia y el convento fueron destruidos por los sucesivos terremotos que afectaron a Quito; no obstante, fue construida bajo los cánones de la arquitectura oficial y la estructura de su torre fue reforzada. Del templo primitivo no ha quedado huella alguna; el actual comenzó a levantarse en 1701, sobre las ruinas del anterior que quedó en escombros después del terremoto de 1698. Su estructura es imponente, sus portales fueron trabajados en piedra y las cúpulas están cubiertas de tejuelo verde vitrificado. Es de estilo barroco-morisco y se levantó en honor de la Virgen María, declarada protectora de la ciudad, tras las erupciones volcánicas del Pichincha que amenazaban con destruirla a mediados del siglo XVII.

El museo mercedario de arte colonial En 1933 el padre Manuel María Coronel creó el museo mercedario, abriendo pasadizos entre los viejos muros del convento. En sus inicios estaba divido en cuatro salas donde se exponían lienzos, ornamentos litúrgicos en brocado de oro, mobiliario colonial, cálices y coronas, todos enjoyados con piedras preciosas y perlas. Hace más de treinta años que el museo está cerrado debido a la falta de espacio para exhibir y a trabajos de restauración arquitectónica inconclusos. Actualmente las obras se encuentran resguardadas en la reserva del convento.


Historia de los ornamentos religiosos y su procedencia En los siglos XVII y XVIII las vestiduras destinadas a la liturgia se elaboraban con preciadas telas de uso seglar o a partir de piezas lujosas de indumentaria civil. El precio de las telas era muy elevado debido a su costo de producción, lo que las convertía en productos de lujo. Por este motivo, los donativos se aprovechaban al máximo, los vestidos se desmontaban para confeccionar las nuevas piezas, se bordaban de nuevo o se adornaban con perlas u otro tipo de materiales preciosos. Gran parte de estos ornamentos fueron traídos desde Perú y Bolivia cuando se realizó la peregrinación de la Virgen de la Merced. No se puede generalizar sobre la procedencia de todos los textiles, pues de acuerdo a la historia hubo diferentes proveedores, donaciones, encargos. Su origen se debe también a las hábiles manos de las monjas de claustro, quienes proporcionaban a los padres sus vestiduras bajo pedido y a su gusto. Ellas fueron las encargadas de confeccionarlos y mantenerlos, incluso los reaprovechaban para hacer otros cuando los primeros se deterioraban. Mediante su hábil trabajo manual proporcionaban unidad a los conjuntos y a su vez les conferían una gran magnificencia. Hoy el trabajo de una monja de claustro ya no es el de antes: los materiales, las técnicas, la utilización de los hilos de oro y plata y la pedrería ya no son empleados por cuestiones económicas y de tiempo. En la actualidad la elaboración de estas vestiduras se hace a máquina con materiales sintéticos, mientras que el bordado a mano ha desaparecido.



La hacienda de Pesillo La comunidad mercedaria fue propietaria de una hacienda en Pesillo, Cayambe, en 1650. Tenían sus propios telares, donde indígenas de la zona, instruidos para esta labor, confeccionaban la tela para elaborar sus vestiduras. La hacienda desapareció hace ya más de cien años, culminando así las labores textiles en este lugar. Otros telares fueron traídos de Europa por padres que viajaban con frecuencia a ese continente y se diferenciaban claramente de los elaborados en nuestro país. Hasta hoy los mercedarios conservan un importante patrimonio cultural y artístico de inestimable valor. Alrededor de cien ornamentos textiles se encuentran en una reserva provisional dentro del convento y de este legado destaca la colección de ornamentos litúrgicos textiles que provienen de los siglos XVI hasta el XX. El arte textil Este arte existió desde tiempos remotos. Primero surgió como una necesidad de cubrir el cuerpo ante las condiciones climáticas. Al transcurrir el tiempo ya no era solo una necesidad, sino un motivo de elegancia, ostentación, moda y expresión estética. En la Edad Media el bordado era provisto por los artesanos que estaban al servicio de la Iglesia o de la Corte. En la Europa medieval eran los miembros más ricos de la Iglesia y la nobleza quienes solicitaban el trabajo de los bordadores ingleses u Opus Anglicanum. Esta decoración utilizaba desde lanas baratas hasta costosas sedas, hilos de oro o piedras preciosas. Muchos de estos textiles llegaron a lugares remotos ya sea por encargos o como regalos a diplomáticos de diferentes países. El inventario del Vaticano cuenta con unas cien piezas de este tipo de bordados. Las colecciones del Opus Anglicanum han sobrevivido también entre los tesoros eclesiásticos de Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Italia, España y Suecia. Aunque son muchas las piezas destrozadas por el continuo uso, al menos los bordados que se hallaban en el continente lograron sobrevivir a la destrucción que tuvo lugar durante la Reforma inglesa, en la que se perdió gran parte de los bordados eclesiásticos.


Las vestiduras sagradas Como parte fundamental de la decoración del templo se encuentran los ornamentos sagrados usados en la liturgia. Se introdujeron en el siglo V y son prendas con las que el sacerdote se reviste para esas funciones. La forma de los ornamentos corresponde al orden que se ejerce, y en nuestro país se manufacturan en talleres monásticos como los conventos del Carmen Alto y de Santa Clara, los monasterios de Santa Catalina y de las conceptas en Cuenca. Los vestidos, además de su función protectora y estética, tienen una intención simbólica. Es verdad que “el hábito no hace al monje”, pero tampoco es indiferente cómo va vestida una persona. Basta ver la discusión sobre el vestido en bautizos, primeras comuniones, bodas. En 1968 se dieron normas para la simplificación de las insignias y vestidos pontificales. No hacía falta usar diversos distintivos como los guantes o las sandalias; bastaba con el alba (túnica de lino blanco que llega hasta los pies) debajo de la casulla (abierta por ambos lados y con un hueco para la cabeza), y que la “cátedra”, su sede, no emulara un trono. Estos vestidos no son signos de poder o de superioridad. Son simbólicamente eficaces para recordar que los sacerdotes no están actuando como personas particulares sino como ministros de la Iglesia. El Concilio Vaticano II dejó en claro su voluntad con respecto al uso de los ornamentos, aunque se marcaron dos tendencias: unos sacerdotes, preocupados por demostrar su verdadera labor con los pobres, querían que se evitara la impresión de riqueza excesiva en la construcción de las iglesias y en los objetos de culto; otros reivindicaban el derecho y el deber de poner la belleza y la riqueza al servicio de Dios en el culto. El texto del concilio compaginó los dos criterios: “Los Ordinarios vigilarán en que, al promover y fomentar un arte verdaderamente sagrado, se tenga en cuenta una noble belleza antes que la sola suntuosidad. Lo cual debe entenderse también de los vestidos y ornamentos sagrados”. El ornamento de los loros De los más de cien ornamentos religiosos textiles que forman parte del acervo mercedario, el más hermoso y sobresaliente pertenece al siglo XVII y es conocido como el ornamento de los loros. El conjunto está formado por seis piezas, todas con un estilo netamente quiteño. Tienen bordados en brocado y tisú, en tela de seda entretejida con hilos metálicos en “oro de subidos quilates”. Exhibe motivos puramente ecuatorianos como frutas, flores, loros e indios otavaleños con sombreros a manera de canastos. Fue confeccionado en Quito, como consta en el Libro de gastos y fue trabajado por botoneros y bordadores de oro, plata y seda. Este conjunto fue confeccionado en un telar mecánico y está decorado con bordados planos y a relieve hechos a mano, utilizando hilos de seda, algodón e hilos metálicos de oro y plata. Llama la atención la variedad de vistosos colores y los diseños florales que la decoran pero, sobre todo, predominan los bordados de los loros, razón por la cual el ornamento toma este nombre. Dentro de la iconografía religiosa, los loros simbolizan la trascendencia, el alma, una manifestación divina, el ascenso al cielo y la habilidad para comunicarse con los dioses. Los indios simbolizan el mestizaje y nuestra identidad cultural, mientras que los canastos en sus cabezas representan la abundancia. Del conjunto destaca la capa pluvial por sus dimensiones: dos metros y medio de largo por un metro y medio de ancho. Este es uno de los ornamentos sagrados más ricos y bellos. Su función era la de proteger del frío y de la lluvia, y fue restringido a ser llevado por los obispos y sacerdotes en ciertas ceremonias solemnes. Su forma es semicircular, se coloca sobre los hombros y cae hasta los pies. En la parte delantera tiene un broche metálico con la figura de un querubín, criatura alada cuya apariencia no es la de ningún ser vivo visto por el hombre. Señala la presencia de la divinidad y son los guardianes de lo sagrado. Se los representa con la cabeza de un niño por la pureza e inocencia y entre dos alas por su naturaleza espiritual. Todos estos elementos, así como su manufactura y los materiales utilizados, hacen de este un conjunto histórico único. En 1976 el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural inventarió estos bienes como patrimonio cultural nacional.





Las vestiduras sacerdotales se han transformado paulatinamente en lo que son hoy, ornamentos, porque en los primeros tiempos los sacerdotes celebraban la misa vestidos como lo hacían cotidianamente. En la actualidad la suntuosidad ha desaparecido de los hábitos litúrgicos, las piezas, a la vez que se han modernizado, han evolucionado hacia diseños más sencillos. El Concilio Vaticano II (1962-65) optó por un vestuario más contemporáneo y más sobrio en detrimento de los hábitos antiguos. Los viejos ornamentos han sido quemados, vendidos o usados con otros fines y, en el mejor de los casos, guardados en los cajones de los armarios de las sacristías.

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Publicado en revista Diners 466 – Marzo 2021

https://revistamundodiners.com/el-ornamento-de-los-loros/

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