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Neurociencia y arte

María Elisa Flores



“El cerebro del hombre es el objeto físico más complejo del mundo viviente. Y sigue siendo uno de los más difíciles de aprehender. No es posible abordarlo de manera frontal sin el riesgo de fracasar dolorosamente. Dentro de la jungla de las neuronas y las sinapsis que lo constituyen, es indispensable observar con pertinencia los rasgos singulares de su organización y sus funciones; éstos son el hilo de Ariadna en el corazón de ese laberinto”

J.-P. Changeux



  • La neuroestética


La vinculación del arte y la ciencia parecieran volverse contrarias, pero no por ello es imposible estudiarlas paralelamente. Esta disciplina nace como una rama de la neurociencia y se encarga del estudio de las bases neuronales y biológicas de la práctica artística, la belleza y la creatividad. Busca entender cuáles son las bases biológicas de la experiencia estética e intenta conocer la actividad cerebral que se produce mientras se observa una obra de arte y también durante la realización de esta. El arte es el resultado del carácter único del artista y por ende singular y vasto. Ya los filósofos en el año 1735 intentaban entender qué pasaba en el cerebro para que pudiéramos tener ciertas reacciones frente a lo bello y lo sublime. Pero ¿qué es la estética? El término proviene del léxico griego aisthetikós que significa sensación y se manifiesta como una rama filosófica dedicada al estudio del conocimiento sensible; con su forma especial el gusto. Es el estudio del conocimiento sensorial, lo que percibimos con los sentidos. Puede ser utilizado de dos maneras; para describir la respuesta emocional provocada por una obra de arte o cualquier otro sistema de valor que tenga que ver con la apreciación de la belleza. Como ciencia del conocimiento sensible y como arte del pensamiento bello, la estética permite completar el universo del saber, estimular el pensamiento y enriquecer la sensibilidad. La concepción del arte como hacedora de paz es el punto de encuentro en el debate entre la ciencia neurológica y la filosofía.  El poder estético de la imagen y la palabra, de la música y el movimiento, puede provocar el impacto emocional necesario para conmover y transformar, para modelar las estructuras profundas del individuo y generar una impronta emocional de empatía y compasión desde la infancia. La neurociencia ha mostrado que los cambios que se producen en el cerebro y su plasticidad poseen parámetros que pueden ser evaluados. Se ha demostrado que el cerebro es plástico, que puede adaptarse y cambiar su estructura de manera significativa a lo largo de toda la vida, aunque es más eficiente en los primeros años de desarrollo que son periodos más receptivos para el aprendizaje en donde los estímulos hacia las experiencias estéticas pueden enriquecer nuestro conocimiento sensorial.




  • El hombre neuronal


El cerebro humano es un sistema complejo que nos proporciona información del mundo de los sentidos y resulta que el arte y su estructura están basados en los principios que rigen el procesamiento de la información sensorial de nuestro cerebro. Por ello, la neuroestética vincula la experiencia estética con el funcionamiento cerebral.

La creación artística nace del cerebro y es este quien lo contempla, estimula los sentidos y produce placer. Gracias a estas funciones cerebrales es que el arte se ha convertido en una actividad de recurrencia universal en todas las culturas del mundo. Existe un significado biológico del arte que justifica su aparición en todas las civilizaciones, culturas y épocas; sin embargo, actualmente el placer que nos produce sigue siendo un enigma. Es así, que la neuroestética nace con la necesidad de poder explicar científicamente (desde la neurociencia) tanto la producción como la comprensión del arte. Por su lado, la ciencia utiliza principios generales y explicaciones sistemáticas, mientras que el arte es una actividad humana que hace referencia a conceptos subjetivos como la libertad, la originalidad o la creatividad. Actuales investigaciones en este campo nos permiten tener una visión del cerebro en la que se vislumbra la base neuronal de algunos de estos procesos que permiten conocer algunos indicios sobre el funcionamiento del cerebro durante el proceso de creación del artista y el placer que produce en quien las mira.


Neuroestética y las artes plásticas.


La estética se encarga de estudiar las sensaciones que se producen en la mente y el cuerpo por algún estímulo, llámese arte o no. Las artes visuales, en cambio, no tienen una definición única ya que constantemente se va modificando su concepto de acuerdo a las nuevas tendencias artísticas. Para el neurobiólogo la definición de belleza genera interrogantes de carácter fisiológico. Uno de los factores que determinan la creatividad es la intención de satisfacer el concepto cerebral insatisfecho. Una permanente insatisfacción es uno de los ingredientes más poderosos para la creatividad, una vez que se satisface el concepto cerebral, la creatividad disminuye rápidamente, pues no necesita lo que ya tiene. “La obra de arte comparte rasgos comunes con el modelo científico.  Es a la vez reductora y reveladora, su aspiración es ser comunicada socialmente y ser recibida y compartida por los sujetos del grupo”.


Las neuronas de la retina 


La investigación científica intenta dar una explicación del arte desde la fisiología del cerebro visual a través de las rutas neurológicas de la construcción del color en el cerebro del artista. Se han logrado algunos descubrimientos sobre las rarezas neurológicas que intervienen al momento de pintar.   Las investigaciones explican que, si bien no son los ojos los que “ven” sino el cerebro, en la imagen final intervienen muchas partes de la cor­teza cerebral. Los dibujos, aún los de los artistas más importantes, con sus vacilaciones, sus reanudaciones, sus múltiples tentativas, sus pruebas y errores, muestran que entre la hoja de papel y el cerebro del pintor se pone en juego una nueva evolución darwiniana. La imagen trazada por la experimentada mano del artista se convierte en una imagen percibida que se confronta con la intención pictórica. La participación de la retina, el tálamo, las cortezas visuales y diversas redes que activan la memoria da por ejemplo la experiencia de un color. Existen circuitos neuronales que almacenan la memoria visual, funciones que involucran células que sólo pueden interpretar formas, otros el color, otros para el movimiento. Una célula responde sólo a un color, por ejemplo, al rojo y nunca al blanco o el negro; así mismo hay células neuronales selectivamente especializadas en otros colores. No existe ninguna terminal, ningún centro maestro, sino múltiples conexiones que son la clave fisiológica del ver e interpretar los estímulos que penetran al cerebro en forma de luz por la retina. Hay que tener en cuenta que existen componentes genéticos a la hora de percibir una obra de arte. Aquí tiene mucho que ver la cultura, que crea también unas conexiones cerebrales. 


El placer y la experiencia estética


“Dime, Oh Dios, si mis ojos, realmente, la fiel verdad de la belleza miran; o si es que la belleza está en mi mente, y mis ojos la ven doquier que giran.”

                                                                                        

Miguel Ángel Buonarroti


Ilustración: Brenda Laguna, 2018



Las experiencias estéticas devienen de la contemplación de las obras de arte, pero también se pueden experimentar con cualquier otro tipo de acontecimiento. El ser humano tiene un componente genético hacia lo bello, pero las destrezas en el arte florecen a través del aprendizaje y de su ámbito cultural. Existe la belleza objetiva que responde a parámetros codificados en los genes. En el arte se ha visto que lo que gusta a todo el mundo sigue algunos patrones matemáticos como lo es la medida de oro o proporción áurea. Determinamos si algo es bello o no, no sólo por el objeto en sí, sino también por el entorno. Las sensaciones nacen del interior de nuestro cerebro, el órgano que dirige toda la actividad vital y que interpreta los impulsos generados por el contacto con nuestro entorno. Este contiene los centros nerviosos para el pensamiento, la personalidad, los sentidos y el movimiento voluntario. De ahí nacen el placer y el dolor, dos conceptos considerados como opuestos. En la antigüedad y en la edad media se creía que “el placer y el dolor se producen de esta manera: cuando el aire se mezcla en cantidad con la sangre y la aligera, actuando de acuerdo con su naturaleza y atravesando todo el cuerpo, se produce el placer; cuando actúa contra su naturaleza y no se mezcla, al condensarse la sangre y volverse más débil y espesa se produce el dolor”. El placer se podría definir entonces como un sentimiento positivo, agradable o eufórico que se manifiesta naturalmente cuando se satisface por completo una necesidad del cuerpo. 


El proceso de apreciación estética está conformado por un grupo de procesos cognitivos y neuronales que requieren de cierto procesamiento en donde el cerebro debe encausar el contenido y significado de los estímulos que recibe en relación con experiencias previas.  La experiencia estética hace referencia a la respuesta humana ante la percepción de la belleza. Sin embargo, los griegos no consideraron esta experiencia como aislada o particular, en la contemplación de objetos bellos ellos no veían nada que la distinguiera de la percepción corriente de las cosas. La primera iba acompañada del placer, pero creían que el placer acompañaba cada acto de percibir, de examinar, de investigar o conocer. Edmund Burke, escritor y filósofo, propone que la experiencia estética de lo bello y lo sublime está de alguna manera anclada en las experiencias de placer y de dolor, que los mismos mecanismos biológicos que se encargan de generar estas experiencias son los que nos permiten apreciar la belleza. Su punto de vista fue ampliado a la música y también a otro tipo de experiencia estética, denominada "experiencia de lo pintoresco", que surge en los siglos XVII y XVIII, y que está muy relacionada con esa aptitud que se puso de moda de viajar a sitios exóticos -como Italia o España- y lo pintoresco era aquella belleza que se asimilaba a lo que hubiera sido ese paisaje si hubiera sido pintado por un artista. “¡Comprender la ciencia requiere un esfuerzo! Comprender un cuadro también. Allí está la paradoja. Que se compare el objeto de deleite con un objeto de ciencia sorprende. Esto se debe a que la obra de arte es mucho más que un simple objeto de placer”.



 
 
 

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